miércoles, 18 de febrero de 2009

Una visita a la indigencia


El Centro de Medellín es el corazón de la ciudad. Congrega a diario miles de personas que trabajan en el comercio y los negocios. En medio de la multitud y el ruido la gente va y viene, caminan con prisa concentrados en sus quehaceres y sin importar quien camina a su lado.

Entre el caos y centenares de rostros se encuentran las almas de los invisibles con la cara sucia y un costal a espaldas que carga el peso de la vida que les tocó vivir.

Vivir en la calle dejó huellas en su piel. Suciedad, cicatrices, dolor y lágrimas logran confundir a los habitantes de calle con el gris del pavimento. La indiferencia es cruel. El alma de los sujetos más desfavorecidos es invisible ante los ojos de los transeúntes.

Entre los centros comerciales de Los Puentes, un lugar de comercio basado en el rebusque económico; El hotel Residencial Alcalá y el Centro de Acopio Municipal se encuentra los Sistemas de Atención al Habitante de Calle Adulto o Centro Día, dos lugares ubicados debajo del puente de San Juan y otro debajo del puente Horacio Toro, cerca de la Plaza Minorista.

Acercarse a este lugar es sentir el temor de encontrar algo nuevo, que siempre estuvo pero nunca se tuvo en cuenta. Es enfrentarse a uno de los fenómenos más repudiados por la sociedad, la indigencia.
Al llegar, un joven de estatura baja, corpulento y con un “bareto” en la mano se acerca y dice: “Mona, ¿qué busca?” Con la mirada fija en su rostro e intentando ver más allá de las apariencias aquella mujer le contesta con un tono conciliador: “Buenos días, estoy interesada en conocer toda la labor que realiza el Centro Día”.

Él se ofrece a llevarla a la entrada y le brinda confianza. En el camino la mujer le pregunta a qué se dedica y él le responde que a robar y a “tirar bazuco”. El joven vive hace trece años en la calle y se siente incapaz de dejar la droga. “¡Qué duro es chocarse de frente con la realidad!”, piensa la mujer.

Frente a los ojos de la mujer una puerta gris se abre, un olor a basura y a cítricos se concentra en su nariz, un hombre tras su espalda se esconde intentando ingresar al patio de Centro Día, su cara sucia y con cicatrices refleja hambre y desesperación, con una camisa de El Nacional y una sudadera roja pide ayuda al guardia, quien le dice: “Váyase, que aún no es la hora de ingreso”.

El habitante de calle, en un intento desesperado de socorro se baja la sudadera y llorando le pide ayuda. Le muestra sus testículos -que están hinchados por una patada que un enemigo le propinó-. Con tristeza el guardia niega su ingreso. Todavía no llegan los médicos.

Con una sonrisa fingida el guardia recibe a la mujer y le permite conocer Centro Día. Al ingresar, la mujer nota que en el patio hay carpas de la Corporación Antioquia Presente y colchonetas sucias, rotas y manchadas que están tiradas en el piso, observa rostros llenos de tristeza y de dolor.

Alli ella pudo comprender la dura realidad que viven gran cantidad de personas que viven en nuestra ciudad...Los seres invisibles a partir de ese día pasaron de ser inexistentes a ser valiosos y especiales, dignos de amor y respeto.